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Participar del amor de Dios por la Pascua de Jesús

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Participar del amor de Dios por la Pascua de Jesús

Continuamos celebrando estos días de alegría en honor del Señor Resucitado y de esta celebración esperamos la gracia de Dios para que la novedad de la Pascua se manifieste en nuestras obras. En estos días de Pascua la liturgia nos viene ayudando a ser conscientes de la comunión con Cristo como el fruto de su glorificación; de la imagen del pastor y el rebaño pasamos a la de la vid y los sarmientos, ahora se nos revela que esta comunión se da en el amor de Dios.

Los textos bíblicos de la celebración de este domingo nos llevan a considerar en primer lugar la iniciativa de Dios, no puede ser de otra manera pues en Él está la fuente de nuestra vida. La primera lectura narra la presencia del apóstol Pedro en casa del centurión Cornelio para hacer el primer anuncio del Evangelio –el kerigma cristiano–, pero antes la gracia de Dios ya ha preparado a Cornelio y su familia para acoger la salvación.

De esta presencia del amor de Dios en la persona que lo acoge habla Jesús en el evangelio de la misa (Juan 15, 9-17). En este texto reconocemos dos partes, en la primera Jesús nos revela de qué amor se trata esta realidad que libera y dispone al creyente para obrar el bien; en la segunda parte escuchamos lo que podemos entender como la responsabilidad del discípulo ante el don recibido.

Para una mejor comprensión es útil advertir el sentido con el que el evangelio según san Juan asume el adverbio ‘como’. Con este adverbio, más que una alusión a un ‘modelo para imitar’, se hace referencia a la identidad, a la naturaleza.

De modo que podemos entender que Jesús afirma en la primera parte del evangelio de la misa de este domingo que el Padre le participó –le dio– su amor, es decir, Jesús recibe amor del Padre; y este mismo amor del Padre que recibe Jesús, lo participa –lo da– a los discípulos. Nos ayuda la imagen de los saltos de agua de una cascada: el Padre comunica su amor a Jesús y este mismo amor que Jesús recibe del Padre, lo comunica a sus discípulos. De aquí deducimos que el cristiano ama con amor divino, con amor de Dios.

En este contexto, la frase que sigue –«permanezcan en ese amor»– tiene el sentido de una llamada al discípulo a hacerse responsable del don recibido.

Aquí hay un avance respecto al domingo anterior. Este permanecer ya no es únicamente por la fe, como leímos hace ocho días en la imagen de la vid –«si mis palabras permanecen en ustedes…»– ahora la invitación a permanecer significa vivir en el amor recibido, vivir amando con este amor divino.

En la segunda parte del evangelio de hoy, a través del mandamiento de actualizar el amor concedido, se expresa lo que le cabe a cada discípulo. El amor insuperable –dar la vida por los amigos– es el horizonte que Jesús propone a los suyos.

Fijémonos en donde principia el amor cristiano y a qué está llamado: se inicia en el amor de Dios y halla su cumplimiento en llevar una vida como la de Jesús. Cuidemos de que este amor no se quede estéril, para ello es preciso alimentarlo y ponerlo por obra. Alimentarlo por la comunión con Cristo y ponerlo por obra actuando en justicia. Este es el contenido de la existencia cristiana.